Había una vez un sabio que solía ir a la playa a escribir. Tenía la costumbre de caminar por la playa antes de comenzar su trabajo. Un día, mientras caminaba junto al mar, observó una figura humana que se movía como un bailarín. Se sonrió al pensar en alguien bailando para saludar el día. Apresuró el paso, se acercó y vio que se trataba de un joven y que no bailaba, sino que se agachaba para recoger algo y suavemente lanzarlo al mar. A medida que se acercaba saludó:
– “Buenos días joven, ¿Qué estas haciendo?”
El joven hizo una pausa, se dio vuelta y respondió:
– “Arrojo estrellas de mar al océano, señor”.
– ” ¿Por qué arrojas estrellas de mar al océano?”, dijo el sabio.
El joven respondió:
– “Anoche la tormenta dejó miles de estrellas en la playa, hoy hay sol fuerte y la marea está bajando, si no las arrojo al mar, morirán”.
– “Pero joven, replicó el sabio, no te das cuenta que hay cientos de kilómetros de playa y miles de estrellas de mar, ¿Realmente piensas que tu esfuerzo tiene sentido?”
El joven escuchó respetuosamente, luego se agachó, recogió otra estrella de mar, la arrojó al agua y luego le dijo:
– “Para ésta, sí tuvo sentido”.
La respuesta sorprendió al hombre. Se sintió molesto, no supo qué contestar y regresó a su cabaña a escribir.
Durante todo el día, mientras escribía, la imagen de aquel joven lo perseguía. Intentó ignorarlo, pero no pudo. Finalmente al caer la tarde se dio cuenta que a él, el científico, a él, el sabio, se le había escapado la naturaleza esencial de la acción de aquel joven. Él había elegido no ser un mero observador en el Universo y dejar que pasara ante sus ojos. Había decidido participar activamente y dejar su huella en él. Se sintió avergonzado y esa noche se fue a dormir preocupado…
A la mañana siguiente se levantó sabiendo que debía hacer algo. Se vistió, fue a la playa, encontró al joven y pasó el resto de la mañana arrojando estrellas de mar al océano. Nada puedo hacer para solucionar las penas del mundo, pero puedo hacer mucho para colaborar en el pedacito de mundo que me toca…
Este cuento se lo debemos à Loren Eiseley (1907 – 1977)
antropólogo, escritor científico, ecologista y poeta nacido en Nebraska
Fue él quien llegó a inspirar el movimiento ecologista.